Sueño de larga distancia

Bici JAAPSoñé que era un escritor nacido en Chile, criado en México y afincado en Cataluña. Soñé que escribía en un ordenador personal con sistema operativo Windows 95 en una habitación llena de libros, una habitación pequeña y gélida. Soñé que tenía puestos dos jerséis y que escribía y escribía con una bufanda anudada al cuello hasta que ya no sentía las manos dentro de los mitones. Entonces bajaba a la calle y entraba en el sitio de siempre y me tomaba un café con leche y me lo apuntaban en la cuenta. Soñé que salía de nuevo a la calle, donde el aire era bastante menos gélido que en mi habitación, y que en el paseo marítimo me cruzaba con un conocido y le decía «hasta luego» y que a continuación me encontraba con una desconocida y que empezábamos a hablar y que acabábamos en su casa.

Soñé que la desconocida y yo follábamos en su cama, una cama húmeda y no demasiado limpia, y que ella era muy joven y que se abrigaba con un forro polar, que no había querido quitarse a pesar de mi insistencia. Soñé que pasábamos toda la noche follando, sin decir una palabra, mientras en un radiocasete autorreversible sonaba un disco de los Smiths y que, ya de madrugada, la desconocida, que era muy muy joven, me decía: «Si quieres desayunar, baja a la panadería». Y yo no tenía claro si con eso había querido decirme que me largara o que bajara a buscar unos cruasanes o unos bollos o lo que fuera y que volviera a subir para desayunar con ella.

Soñé que bajaba a la panadería con la boca pastosa y sin tener muy claro cuál iba a ser mi siguiente paso y que me encontraba al señor B. Y que el señor B me decía: «Coge la bicicleta y arranca». Y yo le respondía «no puedo, tengo que ir a la panadería», pero él repetía la orden con voz muy baja, casi en un susurro, pero con la autoridad de quien ha hecho el servicio militar en la brigada paracaidista, y yo me subía a la bicicleta y pedaleaba durante horas y horas.

Soñé que llegaba a una ciudad pequeña junto al mar que se llamaba Cee y que estaba ya un poco harto de pedalear y comenzaba a cuestionarme qué hacía yo allí, pero me encontraba con el señor N, que me sonreía y me ordenaba con dulzura: «Continúa». Y yo trataba de explicarle que no podía continuar porque tenía que volver a mi ordenador personal con sistema operativo Windows 95 en el que estaba escribiendo mi obra maestra, la obra que me haría pasar a la posteridad. Pero él repetía la sonrisa y la orden, con la contundencia de quien ha hecho la mili en el arma de artillería. Y yo obedecía y continuaba pedaleando.

Soñé que se hacía de noche y que seguía pedaleando hasta que de pronto veía una ciudad muy grande al otro lado de la ría y que esa ciudad era Vigo y entonces me daba cuenta, por deducción geográfica, de que estaba en Cangas do Morrazo y pensaba «ya es hora de parar». Pero entonces me encontraba con el señor J.L.F. que me decía: «Sigue». Y yo intentaba hacerle entrar en razón asegurándole que llevaba ya más de un día pedaleando sin parar y que estaba cansado y que tenía que volver a casa porque una desconocida con la que había pasado toda la noche follando sin decir una palabra me había encargado unos cruasanes y tenía que llevárselos para el desayuno. Pero no servía de nada, porque el señor J.L.F. repetía la orden muy serio, con la convicción de quien se ha pasado la semana entera trabajando a doble turno, y entonces yo volvía a subirme a la bicicleta.

Soñé que llovía y que yo seguía dándole a los pedales sin parar y que cruzaba un río grande y que subía una cuesta muy larga y que volvía a hacerse de noche y que amanecía de nuevo y que por fin me detenía en Ribadeo, en un parque donde había palmeras y otros árboles. Pero justo en ese momento aparecía el señor M.F.P., que me señalaba la bicicleta y me gritaba: «No te detengas». Y yo, con lágrimas en los ojos, le suplicaba que me dejara parar porque tenía que apagar el radiocasete autorreversible para que la garganta de Morrissey pudiera por fin decansar y que, además, tenía que saldar una abultada cuenta de cafés con leche en el sitio de siempre. Pero el señor M.F.P. no atendía a razones y yo terminaba por acatar su orden y retomaba el pedaleo.

Soñé que avanzaba como un autómata sobre la bicicleta y que a mi derecha quedaba el mar y que el viento me empujaba y que el aire era cálido y que llevaba tanto tiempo dándole a los pedales que ya no podía sostener la cabeza y se me dormían las manos y no podía soportar el contacto con el sillín y me sentía como narcotizado. Soñé que veía a una persona muy alta al final de una cuesta y que esa persona estaba vestida de ciclista y resultaba ser el señor J.A.A.P., que al pasar a su lado me hacía una foto. Y yo seguía pedaleando durante un rato hasta que me daba cuenta de que el señor J.A.A.P. no me había dirigido la palabra y entonces me daba la vuelta y le preguntaba: «¿Puedo parar ya?». Y el señor J.A.A.P se encogía de  hombros y me sonreía y, sin abrir la boca, se subía a su bicicleta y desaparecía a toda velocidad, y yo me quedaba pensando si comerme los cruasanes en la panadería o subir con ellos a casa de la desconocida para desayunar escuchando a los Smiths, aunque los cruasanes estuvieran ya duros como piedras.

Homenaje a los compañeros del Club Ciclista Riazor que culminaron la brevet de 1.000 kilómetros ‘Por toda Galicia’.

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